Mensaje del Monseñor Siluan

jueves, 24 de diciembre de 2009

IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ORTODOXA – PATRIARCADO DE ANTIOQUIA

ARZOBISPADO DE BUENOS AIRES Y TODA ARGENTINA




Buenos Aires, 25 de diciembre de 2009



CARTA PASTORAL

NAVIDAD 2009



Recibir al Nacido en Belén

“Hemos venido a adorarle” (Mateo 2:2)



Queridos y estimados hijos en nuestro Señor Jesucristo,


La encarnación del Verbo de Dios es indudablemente un misterio. Si bien su comprensión se sitúa “más allá” del alcance de una inteligencia puramente lógica y racional, es accesible a todos los fieles que saben recibirla.


En realidad, los testigos de la Navidad del Señor mostraron la verdadera actitud, digna de nuestra atención e imitación: la adoración. Tanto los ángeles como los hombres, expresaron su comprensión del misterio en la forma de recibir al Nacido en Belén: los primeros, al asombrarse, exclamaron: “Gloria a Dios en las alturas, en la tierra paz buena voluntad para los hombres” (Lc 2:14), mientras que los pastores “se volvieron, glorificando y alabando a Dios” (Lc 2:20), y los reyes se postraron ante Él y Lo adoraron (Cf. Mt 2:2).


Para los ángeles, la actitud de adoración y de glorificación se encuentra como continuación de la presencia que siempre mantienen ante el trono de Dios. Sin embargo, hay que remarcar que esta vez ellos experimentaron un indecible misterio, el misterio de Aquel que ellos servían, y por quien todo fue hecho, y que ahora se vuelve siervo, envuelto en sábanas en un pesebre.


Mientras que para los hombres, ofrecer la adoración a un niño resulta ilógico, al no tener certezas sobre la identidad de que quien está envuelto frente de uno, es nada más y nada menos que el Creador. Dicha certeza no puede provenir sino de Aquel “agente” que acompaña a Cristo, Su propio Espíritu. Es al ser iluminados por el Espíritu Santo, que tanto los reyes (por medio de la estrella) como los pastores (por medio de los ángeles) reconocieron, en el niño envuelto, el Creador de todo, y Le ofrecieron la adoración que se debe a Dios.


En esta atmósfera navideña, y contemplando esta actitud de adoración que manifestaron los protagonistas en Navidad, no cabe duda que un cristiano sincero consigo mismo se siente cuestionado por la forma que prevalece hoy en recibir la Navidad. Su alma, apretada por lo que brota de su conciencia, ofrecería al Señor, desde lo profundo de su corazón, esta remarcable confesión:


“Señor, me siento mal ante Ti. Todo en mí señala que estoy verdaderamente lejos de Ti: mi actitud, mi comportamiento, mi forma de vida así entregado totalmente a las cosas del mundo. Me acostumbré a vivir así. No dispongo de tiempo, tanto para mi verdadero descanso como para Tu adoración. Lamento decirte que no Te quiero de verdad, y más bien, no creo que el cambio sea posible.


Pero mirándote en el pesebre, Tu presencia, Tu silencio y Tu espera son más expresivos que todo discurso, y más poderosos que mi flaqueza; atraen mi corazón duro e iluminan mi pobre inteligencia, y los alientan de una imperceptible fuerza, indecible luz, incomparable esperanza. ¡Qué cosa rara! Anhelo acercarme a Ti, pero mi situación me da vergüenza: ante Tu humildad antepongo mi soberbia; ante Tu contención, mi desinterés; y ante Tu amor, mi ingratitud. ¿Acaso es por mi insensibilidad, mi insensatez y mi ceguera que me perdí tanto, y que me cuesta reconocerte en mi vida como Señor, Salvador y Dios, confesarte mi pecado y creer en la vida que proviene de Ti?


Pero, Señor, ¿no Te encarnaste para los miserables como yo? Por ello, me atrevo, y me acerco a Ti con la confianza que no me rechazarás. Me pone mal que el buey y el burro estén más cerca de Ti que yo. Sí Señor, tardé en ofrecerte mi corazón como pesebre. Si bien te lo había ofrecido en el momento de bautizarme y de recibir la santa confirmación y comunión, pero Te perdí. Ahora quiero aprovechar Tu Navidad, y adorarte en el pesebre donde siempre Te encuentras, nuestra Iglesia. Formaré parte de aquellos que Te ofrecen la acción de gracias por excelencia: la Divina Liturgia; me prepararé, me confesaré y participaré de Tu Navidad, con estas nuevas vestimentas. De ahora en más, no faltarán en mi corazón alabanzas, agradecimiento y glorificación. ¡Gloria a Ti, Señor, Gloria a Ti!”.



¡Qué reencuentro maravilloso! Sin duda, la experiencia de esta alma es didáctica y ejemplificadora para todos nosotros. Nos hace falta saber recibir al Nacido en Belén y ofrecerle realmente la adoración que Le corresponde. Es la única actitud que nos puede salvar de la adoración idolatra que se fomenta imperceptiblemente en nuestra vida. Por ello, hay que “salir de nuestro lugar”, como los reyes de oriente, y “dejar nuestras cosas” como los pastores a su rebaño, para poder tenerlo a Cristo como eje central de nuestra vida, y venir humilde y concientemente a adorarlo en la Iglesia, y recibirlo adecuadamente en el misterio de la Eucaristía.


¡Ojala este misterio renueve nuestro compromiso, por el inefable amor de Dios y Su inalcanzable humildad! ¡Feliz Navidad a todos!



+ Metropolita Siluan

Arzobispo de Buenos Aires y toda Argentina


(Mensaje anual del arzobispo Metropolita Silouan para su diocesis)

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